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CHET BAKER

marzo 5, 2010

 

 

Consumida la tarde entre tus brazos. El tiempo parece no pasar.  El tiempo suspendido,  como las respiraciones,  por momentos.  El tiempo rebalsado de las tardes de jazz y abrazos, de música y miradas.

Una pieza tras otra, hasta el agotamiento. El agotamiento de los amantes, gota a gota,  que siempre piden más y siempre encuentran nuevas formas. 

Como la música.  Apenas unas cuantas notas hacen una infinita variación de posibilidades y sonidos.   Mientras hay deseo nada se repite.  Intenté darte nuevos motivos, nuevas intenciones para que tocaras una y otra vez las mismas melodías con diversas cadencias.

-Cántame al oído, sabes lo que siento cuando mueves los labios junto a mi cara, cántame bajito.

*     *      *

No fuí.  No pude ir a ver la película de Chet Baker sin ti.   Me hubiera dolido… lo más grande.

A Chet Baker, tu aliado,  lo conocí contigo aquellas tardes de calor, obra completa.  Está ligado a tu compañía.  No he podido, no podría verlo sin tí.  Guárdame el secreto que es secreto a voces.

Los cigarrillos aplastados, amontonados en el cenicero, revueltos;  el humo flotando en el salón, besándonos ya anochecido entre el sonido melifluo de un músico que me contabas maldito y que sonaba como ángel protector de aquellos instantes;  la bisutería enredada con los discos, el calzado suelto, el gesto ya desmayado, la intimidad compartida, la risa contenida o libre. El tiempo suspendido, la olvidada medida de las cosas.  Sin mesura.

El  tiempo,  que es regla en la música, borrado y suelto,  como esa trompeta obsesiva que se funde con la voz susurrante y maleva de Chet Baker que nos dejaba, y aún me deja, siempre pidiendo más, que no se acabe, pidiendo que no se recomponga el tiempo ni las cosas, que todo siga desdibujado y en penumbra, que nadie encienda  la luz, que nadie nos despierte.

El tiempo, que en música es métrica y color, que todo lo preside, diluido por tus labios cercanos al oido que repiten desmayadas sin compás esas notas venidas de tan lejos.  Venida tambien yo por sobre el tiempo, destronado monarca de las cosas.  Que nadie encienda la luz, que no se borre. Porqué no pedir más si más obtienes; porqué no seguir interpretando.

Cántame al oido otra vez, tomándome por la cintura,  si aún guardas un poco de aliento caliente,  si aún te quedan algunas gotas  de aquel té que, decías , tiene el sabor de mi cuerpo.